FILOSOFÍA Y MITO

5/11/11

El saber racional o filosófico se distingue del saber pre-racional o mítico en la utilización de la razón frente a la imaginación, los elementos naturales frente a los sobrenaturales, la necesidad frente a la arbitrariedad, etc., pero los mitos han estado vigentes durante toda la historia porque representan un modo de saber más accesible y, sobre todo, de carácter sagrado, con lo que no dejan lugar a la actitud crítica que caracteriza a todo filosofar.
Antes de atrevernos a dar una respuesta filósofica a las grandes cuestiones que se plantea el ser humano, como la cuestión del origen del universo y, para que los alumnos distingamos estas dos formas de saber (mitológico y filosófico), se nos ha pedido que inventemos un mito propio sobre la creación del mismo.

De entre todas las propuestas, hemos elegido éstas dos tan diferentes:

 "Antes del inicio de los tiempos, existía un lugar que estaba siempre en calma, sin que nadie perturbase la paz que allí reinaba. Estaba habitado por los dioses de la naturaleza, pero cada uno vivía aislado en sus asuntos, sin fijarse si quiera en lo que hacían los demás.

El dios de la tierra, Víridis, vivía para sus bellos jardines, siempre llenos de colores alegres. Inventaba plantas, moldeándolas con sus propias manos y aplicándoles toques de pigmentos y olores.

La diosa y señora de los hielos, Crystallia, tenía un sinfín de frías esculturas, talladas por ella misma, con detalles tan minúsculos que resultaban imposibles de grabar para cualquier otro ser. Lo lograba jugando con el viento, que dominaba con gracia y soltura; lo hacía estrellarse contra enormes columnas de hielo hasta darles la forma que buscaba.

Un día, debajo, muy por debajo de aquel mundo bruscamente diferenciado, surgió una chispa en un hueco entre el suelo. La chispa era pequeña, pero de ella emanaba el calor. Del calor nació una niña, llamada Flamma. Tenía la piel rojiza y unas alitas que le salían de la espalda. Realmente no se podría decir que la pequeña era mala, tan sólo poseía esa curiosidad y esa travesura características de un niño.

Flamma se aburría, estaba harta de jugar con la chispa que le había dado vida tanto tiempo. Por eso decidió salir de la habitación en la que estaba. Con ayuda de sus cuernos fue agujereando el techo, al que llegaba gracias a sus alas.

Cuando llegó al exterior, quedó maravillada con el vivo colorido de los jardines. Flamma correteó por allí, y se puso a jugar con una bola de tierra, que adornó con montones de semillitas y piedras. En uno de sus paseos, Víridis vio a Flamma. Al principio sentía curiosidad, nunca había visto nada semejante a la niña. Pero cuando se acercó a ella y vio el destrozo que había causado en su pulcramente cuidado jardín, se enfureció tanto que la pequeña, al ver su cara, se asustó y salió corriendo.

Así llegó hasta el helado paraje de Crystallia. Cuando se tranquilizó después del susto, se fijó en las esculturas que le rodeaban. Comenzó a partirlas en trocitos, pensaba que éstos quedaban muy bien en su pelota de tierra. La diosa, dominada por la ira, hizo que el viento se llevara volando a Flamma.

La niña se refugió de nuevo en su habitación subterránea. Miró su nuevo juguete, pero ya no le gustaba, se había cansado de él, así que lo dejó tirado junto a la chispa.

Volvió a salir a la superficie, donde encontró las cosas cambiadas. Gracias a ella, Víridis y Crystallia se habían dado cuenta de que no estaban solos, se habían conocido el uno al otro. Decidieron cuidar de Flamma juntos, darle un hogar.


Ella estaba feliz, aprendió el arte de los dos dioses y a cuidar de sus creaciones. De vez en cuando cogía sin permiso piedras, minerales, o trozos de hielo que llamaban su atención; pero enseguida se cansaba de ellos y los abandonaba en su antiguo hogar, donde, con el calor de la chispa, el hielo de la pelota se había derretido, humedeciendo la tierra y haciendo germinar las plantas.

La habitación se convirtió en una caja donde una niña pequeña arrojaba los caprichos que ya no le divertían. Era todo un universo de juguetes olvidados."

Elena Irureta, 1ºD BTO.