Estos
días hemos estado disertando sobre los grandes temas filosóficos: el sentido de
la vida, la muerte, el origen de todo, etc. Queremos compartir con vosotros una
de las reflexiones de los compañeros que más nos ha gustado:
La utopía, el futuro. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez y mañana,
qué? ¿A dónde iremos? ¿Qué haremos? ¿Qué hechos nos conducirán a ello? ¿Cuáles
serán sus consecuencias?
Una palabra: utopía, cambio, progreso. Pero también para muchos, un término referido a una sociedad perfecta. Deseable, pero inalcanzable. Algo que queremos pero que está más allá de nuestras posibilidades. Porque, si de verdad no existen posibilidades de cambiar, de progresar, ¿qué sentido tiene la utopía? ¿qué necesidad tenemos de preguntarnos por el mañana, por el futuro? Todo estaría ya determinado.
La utopía como recurso, acompaña al ser humano a lo largo de su
historia desde que su connotación negativa fue utilizada por primera vez en el
siglo XVI por Tomás Moro. No siempre ha sido así, pues entonces no habría lugar
para la utopía. La utopía ha sido un recurso constantemente utilizado por el
ser humano, un hecho antropológico, un rasgo fundamental de libertad surgido de
la insatisfacción, del desacuerdo con la realidad existente. Un acto
revolucionario que ha recibido y todavía recibe, muchas críticas basándose en
la idea de una realidad limitada y en acontecimientos históricos donde los
intentos de una sociedad utópica desembocaron en regímenes totalitarios,
situaciones indeseables y pérdida de individualidad.
¿Debemos entonces renunciar a
la utopía?
Desde un punto de vista racional la idea de progreso es posible. Lo real contiene posibilidades de mejorar, de idealizarse. Sin embargo, no se debe utilizar como un programa político concreto sino como un objetivo a largo plazo que nos permita criticar lo existente y cambiarlo. Para ello es necesario un núcleo ético universal en el ámbito social y unas propuestas concretas tanto sociales como políticas y económicas. Todo ello para cumplir la función básica de la utopía: la superación de lo existente.
La utopía nace de una
insatisfacción, de la indignación ante una situación y del compromiso que la
sigue. Razones por las que indignarse hay muchas y para ello debemos buscar. De
la indignación nace la voluntad de compromiso con la historia, la voluntad del
cambio.
"Hoy en día las razones para indignarse, para no conformarse,
son menos claras o el mundo demasiado complejo. Antes era más fácil encontrarlas,
resistir ante la ocupación alemana, ante la derrota" -dice S. Hessel en su obra Indignaos-. "Y la peor
actitud es la indiferencia. Tenemos muchas razones para comprometernos. La
historia está hecha de conflictos sucesivos, la aceptación de desafíos".
Sin embargo, existe otra concepción de la historia, la carrera del siempre más. Otro filósofo, Walter Benjamin, bajo la conmoción del pacto germano soviético, opinaba que el sentido de la historia es la marcha inevitable de catástrofe en catástrofe y el progreso una tempestad a la que ahuyentar. Walter Benjamín no creía en este progreso y por ello cuando los nazis ocuparon Alemania no optó por la lucha, sino que encontró la salida en brazos de la muerte.
Así pues, lo que hagamos hoy
repercutirá en el mañana. La historia nos enseña que el cambio es posible en la
medida que nosotros, los seres humanos, nos comprometamos con él. Unos creen
que sólo nos llevará a la destrucción, otros sin embargo, ven en ella una
apuesta por el futuro, una necesidad, así como lo es también enmendar los
errores pasados y emanciparse a los errores futuros. De nosotros depende
conservar nuestros derechos y libertades, salvar los logros del pasado. Aprendamos
de cada avance y de cada error.
Y yo opino, cuando actuemos,
cuando dejemos de conformarnos con lo que tenemos y luchemos por una opinión
pública y no mediática, por una sociedad universalmente igualitaria donde no
existan niveles inferiores, pudientes y no pudientes, por una economía
sostenible separada del mercado, por un Estado popular donde seamos capaces de
distinguir quién manda y qué es lo que se manda, por una educación óptima y sin
censura, por el conocimiento y contra la ignorancia, por la resolución pacífica
de nuestras diferencias, y por nosotros, alcanzaremos una realidad ideal para
todos. ¿Que es difícil? Sí, pero posible. Todo fluye a partir de la intención.
La idea del cambio surgió hace
mucho y sobrevivió porque era fuerte y se resiste a ser descartada. Convirtamos
pues esa idea en un hecho y responsabilicémonos de nuestro futuro. Y mientras
siga habiendo algo por lo que indignarse, indignémonos y luchemos por
cambiarlo.
Laura García Belio 1º A
1 comentarios:
Exelente dicertación
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