MUERTE, ¿POR QUÉ?
Cuando hablamos de filosofía no podemos evitar hacernos las preguntas más
trascendentales, es decir; aquellas que van más allá de lo que el saber científico puede explicar. A continuación, trataremos uno de los grandes interrogantes filosóficos; ya que todos los humanos morimos, y como seres conscientes que somos tarde o temprano nos hacemos la siguiente pregunta: ¿por
qué el ser humano ha de morir? A lo largo de la historia, numerosos
filósofos
conocidos han abordado este tema, como son Sócrates, Descartes, Epicuro, Platón o filósofos más
modernos como Hegel y Schopenhauer. Pero ya hablaremos de ellos más adelante y desarrollaremos sus postulados, pues cada filósofo tiene una manera distinta de plantearse esta
cuestión. ¿Qué es la muerte? ¿Es necesaria para el ser humano? ¿Qué actitudes podemos tomar ante la muerte? Estos son algunos de los principales interrogantes que iremos resolviendo a lo
largo de la disertación; primero hablaremos del concepto de vida y muerte, luego comentaremos objetivamente las posiciones ante la muerte y los distintos significados que ha tenido la muerte a
lo largo de la historia, y por último estableceré de forma subjetiva mi propia opinión sobre los postulados que han sido tratados.
La muerte, para muchos, es un tema oscuro y sombrío cuya sola mención induce a la gente
a cambiar de tema. Mas no debe serlo, ¿por qué? Porque es consecuencia misma de la vida, y para aquellos que no lo crean estoy dispuesto a demostrárselo. Todos los seres
vivos -ya sean bacterias
unicelulares, animales y plantas pluricelulares- tienen
la capacidad de relacionarse con el entorno, de realizar las funciones vitales; de vivir. De igual manera, mueren. ¿Cuál es pues, la diferencia
entre un ser vivo y la materia inerte? Uno podría decir que los seres vivos están vivos y la materia inerte no, pero yo digo que la materia viva muere, mientras que la materia inerte es incapaz. ¿Es entonces la muerte, más que una condena, el mayor de los beneficios? Bien, para el que prefiera ser una piedra, un elemento como el Oxígeno, sin capacidad ya no solo de pensar sino de nutrirse, relacionarse o reproducirse; no. ¡Pero cómo se me ocurre decir que la muerte es el mayor beneficio! Esto se debe a que quien habla de vida, no puede evitar hablar de muerte, pues como he
dicho antes, la muerte es consecuencia misma de la vida. Surge así la paradoja: quien ha muerto es porque ha vivido, así como quien vive es porque morirá. Vida y muerte son palabras opuestas pero en las que una es consecuencia de la otra y viceversa; así pues si relacionamos
muerte con tristeza, la vida también lo es, como al relacionar vida con felicidad, la muerte también la implica. Si bien, yo no estoy afirmando que la muerte sea algo bueno, simplemente digo que en
la raíz, en términos generales, el que considera la vida el mayor de los bienes ha de considerar la muerte como tal, pues como he argumentado antes ambas van ligadas.
Con esto creo dejar claro cuál es el concepto de muerte, como también espero que cada uno sea capaz de responder a la pregunta de si la muerte es necesaria para el ser humano. Para ayudar en la respuesta podríamos cambiar la forma de preguntar esta cuestión pero sin variar su significado trascendental: ¿es la vida necesaria para el ser humano? Como siempre, habrá de todo, tanto afirmaciones como negaciones, pero estoy seguro de que al formular la pregunta de esta
forma aumentará el número de afirmaciones.
Nuestro problema, el de los seres humanos, es que somos los únicos seres vivos que son
conscientes de su existencia, es decir, de que estamos vivos; y por tanto somos los únicos seres
vivos que sabemos que vamos a morir. Debido a esto, a lo largo de la historia hemos ido aceptando dos posiciones filosóficas ante la muerte: el monismo y el dualismo. La principal diferencia entre
ambas posiciones estriba en que el monismo defiende
básicamente que el ser humano es un ser vivo como todos los demás con una única composición, y por tanto la muerte no significa nada, solo fin. Por el contrario, el dualismo contempla la figura del ser humano constituida por dos realidades distintas: la realidad material (el cuerpo) y la realidad espiritual o divina (el alma). Así
pues, desde la postura dualista la muerte consistiría en la división del alma espiritual y el cuerpo
material.
A continuación, argumentaré sobre la tesis del monismo. En primer lugar, podemos
diferenciar más de un tipo de actitud monista. Encontramos así el panteísmo, para la cual el
Universo, la naturaleza y Dios son equivalentes e iguales. Esto es, al morir la individualidad de
tu
ser se disuelve y comienza a formar parte de la universalidad del
Universo. Por ello, la muerte debe ser considerada como fin de la existencia humana; mas esto no es un fin absoluto, pues
los átomos y elementos de los que estamos formados, nuestra materia, pasará a formar parte del Universo.
Aunque no sigamos existiendo como humanos, nuestra materia dará lugar a plantas, árboles, nuevas formas de vida. Podemos entender así que la muerte no es en vano, tiene sus razones, y estas son la persistencia de lo universal. Como decía Schopenhauer, “¿acaso no es nada perdurar bajo la forma de la materia que forma el Universo?”. Los seres humanos somos como las hojas de un árbol, que es la especie humana; hemos de caer (morir) para permitir al árbol de la especie florecer y persistir. Por ello, como seres humanos, no debemos agarrarnos a la vida como si fuéramos el último ser viviente, sino que debemos pensar en la universalidad y permitir el afloramiento de la raza humana.
Además del panteísmo, existe el monismo materialista, para el cual la sustancia única de la que procede el ser humano es puramente material. Así, la muerte se convierte en el fin absoluto de la vida; cuando un ser humano muere, su existencia ha llegado a su
límite, es el fin.
Claro, que no podemos olvidar el conocido dualismo. La gran mayoría de las religiones
presenta esta posición ante la muerte, pues en todas ellas el ser humano posee una realidad
mundanal que es el cuerpo material y otra realidad divina que es el alma,
que
perdura a lo largo de la eternidad. No obstante, hay dualistas
que
piensan que cuerpo y alma solo existen juntos y no
son nada al separarse (al morir), como también hay quienes entienden que el alma puede vivir separada del cuerpo. Los cristianos, por ejemplo, son un buen ejemplo de este segundo tipo de dualistas, pues ellos creen que al morir el alma asciende a los cielos con Dios
(o
en el caso contrario, desciende al infierno
con el Diablo). La forma de entender
la muerte en este caso es diferente a la del
monismo, pues morir supone cambiar de etapa. Dejas de existir en la Tierra pero
pasas a ser un individuo eterno al lado de Dios. Platón también defendía
esta postura dualista ante la muerte. Para él, el cuerpo era una realidad detestable, sede de las más bajas pasiones y cárcel para el alma; mientras que el alma era inmutable, eterna y constituía la única realidad del ser humano. Esto puede explicarse con el Mito de la Caverna,
siendo las cadenas y la cueva la parte material del cuerpo que le impide conocer la verdad y el mundo exterior, que es el alma. Según este aspecto de visionar la muerte, ésta no nos
puede causar ni tristeza ni pavor, ya que morir consiste en acceder a la trascendencia. Si bien, esta trascendencia
supondría alcanzar la felicidad eterna en el caso del cristianismo o del islam, mientras que en otras religiones como el budismo, el alma va encarnándose sucesivamente en varios cuerpos y de esta forma se va purificando hasta alcanzar la perfección. En el caso del relato Una pena observada de C.S. Lewis es evidente que la actitud que muestra el autor ante la muerte de su esposa H. es dualista, pues a lo largo del libro va mencionando cuál será la relación entre Dios y su fallecida esposa. De igual manera, el libro
supone una especie de relato realista en el que podemos apreciar cierta madurez en los
pensamientos del autor a medida que escribe; y cómo va cambiando su relación con Dios, pero de esto hablaremos más adelante.
Estas son las posiciones básicas
que han existido a lo largo de la historia para responder a la
pregunta: ¿qué hay después de la muerte?
Cada persona puede adoptar distintas actitudes dependiendo de la posición
que defienda, y estas son las actitudes de las que hablaremos a
continuación. La muerte a menudo es un hecho que causa una gran tristeza y que por ello puede generar cierto miedo, tanto en el caso de la muerte de uno mismo como en el caso de la muerte de un familiar o conocido. Empezaremos por la muerte de una persona querida (que es el tema del
libro Una pena observada). La muerte de un ser cercano produce en su entorno una gran tristeza
debido a su pérdida, pues ya no le volveremos a ver, a hablar, a escuchar... Desde una perspectiva
dualista como la del autor del libro, al recibir el duro golpe de la muerte podemos echar la culpa inmediata a un ser sobrenatural como lo es Dios. Esto nos hace reflexionar sobre la existencia de Dios: ¿existe Dios también en los momentos buenos y felices, o solo recreamos una imagen de un ser sobrenatural perfecto? Esta imagen del ser perfecto, en los momentos de tristeza se desvanece y te plantea cuestionarte sobre la existencia de ese ser. También podemos pensar que el ser tan “perfecto y bondadoso” es en realidad un Dios malo, cuya única intención es hacerte creer que las buenas acciones son buenas, cuando en realidad son malas. Pero conforme vamos
superando la
pérdida del ser querido, vamos acercándonos más a nuestros pensamientos anteriores, a los racionales. Y sí, la muerte supone un despertar de la conciencia irracional, que aveces es tan fuerte que puede hacernos creer que estos pensamientos son los realmente conscientes. Por ello, en el
capítulo cuatro es cuando la consciencia del autor va recuperando la razón y comienza a
replantearse el por qué de la muerte. Dios es un ser bondadoso, cuya tarea es mejorar al hombre
y no
dejarlo abandonado. Como dice
el
libro de C.S. Lewis, la vida es un
continuo castillo de naipes
que vamos construyendo hasta que Dios lo derriba para ponernos a prueba, hacernos mejorar y demostrar que podemos volver a construirlo.
Cuando se trata de la muerte de uno mismo (tema principal del libro La muerte de Ivan Ilich de León Tolstoi), la perspectiva cambia. En primer lugar, la característica más notable es el miedo a
la muerte, pues eres tú el que padece los sufrimientos físicos e incluso
psíquicos. Este miedo suele llevar a la mayor de las depresiones, lo cual nos impedirá levantar cabeza: “la vida, serie de crecientes sufrimientos, vuela cada más velozmente hacia su fin, que es el sufrimiento más
horrible” (La muerte de Ivan Ilich, León Tolstoi). Además de este miedo, también aceptamos actitudes como la del
propio rechazo a la muerte, pues pensamos que
eso
no nos puede pasar a nosotros: “en mi caso, en el caso de Vanya, de Ivan Ilich, con todas mis ideas y emociones, la cosa
es
bien distinta, y no es posible que tenga que morirme” (La muerte de Ivan Ilich, León
Tolstoi).
Estas actitudes ante la muerte serán comentadas de manera subjetiva más adelante. De momento
solo digo que este miedo a la muerte es completamente irracional, pues como decía Epicuro: “mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos.” Esto
quiere decir que es absurdo entristecerse por esperar algo que no causa daño, algo que no existe. Del modo en que nadie se entristece porque
un dragón venga volando y nos coma a todos, nadie ha de entristecerse por morir.
Habiendo
desarrollado ya el tema de la muerte, daré ahora mi propia visión sobre las dos
posiciones básicas ante la muerte y expondré mi opinión sobre las actitudes que pueden
tomarse ante un hecho tan
relevante como el fin de la vida. Para comenzar, sin ninguna duda me veo
mucho más identificado con el monismo que con el dualismo. Esto se debe a que, como he dicho
anteriormente, el dualismo contempla la muerte como la separación de las dos realidades
humanas: cuerpo y alma.
¿Qué hay después de la muerte? En mi opinión, los seres humanos estamos formados por una única realidad: la realidad mundanal, así pues la muerte consistiría en el fin de esta realidad. Si bien, la muerte puede ser el fin de nuestra existencia como personas que
somos, pero no es el fin de la materia (átomos, elementos, moléculas...) de los que estamos
formados. Por eso al morir, nuestra individualidad como personas pasa a formar parte del universo infinito. No volveremos a sentir, pensar o vivir como estamos acostumbrados hasta ahora, pero sí
volveremos a formar parte de las maravillas del Universo.
¿Se convierte así la muerte en algo necesario para el hombre? Bien, podríamos intentar imaginarnos la Tierra habitada por todos los seres humanos, inmortales; que existieron, existen y existirán. Careceríamos de alimento, habría competencia por la comida, el espacio, el agua... Podríamos vivir sin muerte, pero en el mayor de los sufrimientos, y aún mayor sería este sufrimiento si supiéramos que va a ser eterno, inmortal.
Esta también
es una razón por las que no acepto el dualismo como propio. Las religiones
monoteístas como el cristianismo nos prometen una vida eterna llena de felicidad, ¿pero alguna vez alguien ha pensado si algo eterno puede ser feliz? Se puede considerar la vida humana (80-90 años de media) fugaz, pero alguien que lleva 200 millones de años existiendo
y que sabe que
aún le faltan
infinitos años más por vivir nunca será feliz, llegará el aburrimiento que se traducirá en un
eterno sufrimiento. Por mucho que te guste el verano, la playa, las vacaciones y estar con los
amigos, no creo que después de 4.000 años (¡y son pocos!) todavía no estés aburrido.
Volviendo al
tema
de si la muerte es necesaria, yo opino que sí. Sin embargo, no estoy de acuerdo con el punto de vista tan
drástico de Isaac Asimov -los viejos han de morir pronto para que los jóvenes puedan vivir y así evolucionar en una sociedad más eficaz-, como tampoco lo estoy con Schopenhauer
-los humanos somos meros individuos cuya muerte es necesaria para permitir florecer a la especie-.
Como he dicho antes, la vida eterna sería inútil e imposible, como también lo sería una vida
humana fugaz. En clase comentamos que a partir de la edad de infertilidad (edad menopáusica en
las
hembras) la vida del ser humano va decayendo porque está programado para reproducirse y luego morir. Falso, si hace un siglo la gente moría a los 50-60 años, es porque carecíamos de las
técnicas de la medicina moderna. En la actualidad, el récord de vida está situado en los 122 años, aunque
la media ronda los 80-90 años de edad. Si fuera cierto que el ser humano nace
para
reproducirse, ¿por qué la gente que nace estéril no muere antes? El ser humano es un animal
dotado de razón, y como animal que
es
su función es vivir y reproducirse, pero como animal racional su deber es descubrir inventos que nos ayuden a prolongar
la vida. Antes hemos
visto que
Asimov defiende
que una sociedad es más efectiva cuanto menos vivan sus miembros, pero esto es en mi opinión incorrecto porque, ¿cuál es la meta que perseguimos viviendo
menos? Solo reproducirnos, como animales. La vida humana, puesto que solo hay una, cuanto más podamos
disfrutar de ella mejor, y si hay gente (porque depende de las opiniones de cada uno) que quiere alargar su vida, se le debe permitir. No somos meras máquinas de pensar y trabajar ni animales sexuales, somos seres humanos capaces de decidir sobre nuestras vidas.
Anteriormente he comentado las distintas actitudes ante la muerte, que son diferentes
dependiendo de si afectan a uno mismo o a un ser querido. Ante la muerte de una persona querida, no podemos evitar sentir una gran tristeza y sobre todo, soledad. Es normal sentirnos así ante un gran golpe como lo es el fin de una vida de un familiar o un amigo, sin embargo, si reflexionamos podemos llegar a la conclusión de que esa sensación
de “soledad” no es real, es
creada por el inconsciente. En el libro de Una pena observada de C.S. Lewis nos dice que imaginemos a un hombre envuelto en la más completa oscuridad. Él cree que esta encerrado
completamente solo en una celda, hasta que oye una carcajada cercana,
lo
cual indica que ya no está solo o que no está encarcelado. Esto nos ayuda a ver que a veces uno no se encuentra en la
realidad en la que cree
estar, sino en la que
él
imagina. Lo mismo pasa cuando muere un ser querido, podemos sentirnos vacíos por dentro y verlo todo oscuro y melancólico, aunque
en realidad estemos ante un bonito mundo rodeados de gente que nos ayuda y alegra. Cuando se trata de la muerte de uno mismo, la primera actitud que podemos recrear es el miedo a esta
muerte. Es normal, sobre todo cuando somos jóvenes,
que no somos conscientes de que vamos a
morir (yo mismo lo admito). Sin embargo, cuando uno se ve encerrado en el dolor, comienza a entender
que es mortal. Esto es lo que le ocurre a Ivan Ilich, protagonista del libro de León Tolstoi: “la vida, serie de crecientes sufrimientos, vuela cada vez más velozmente hacia su fin, que es el sufrimiento más horrible. […] La resistencia es imposible”. Cuando somos por fin conscientes de que vamos a morir, empezamos a plantearnos la vida de distinta manera. Hay personas que toda la vida han sido sencillas y buenas, y que cuando son mayores son conscientes de que la muerte puede llegar en cualquier momento pero lo tienen tan aceptado que conviven con ello y no les afecta en su carácter. Sin embargo, hay otras personas que siempre han sido alegres y bondadosas, pero que cuando se les acerca la muerte cambian drásticamente su forma de ver la vida. ¿Cuál es pues
el problema? El miedo a la muerte, que despierta la parte irracional de tu cerebro, quedando la parte consciente sumida en un letargo para el resto de los días. Las personas que mueren
jóvenes, antes de haber pasado por todas las etapas de la vida, como ya he mencionado antes no
son
conscientes de que la muerte está siempre presente, y por ello cuando están moribundas surge el terrible miedo hacia la muerte que despierta al inconsciente. Surgen como consecuencia
actitudes egoístas, como las que despiertan en el protagonista de La muerte de Ivan Ilich: “La salud, la fuerza y la vitalidad
de
otras personas ofendían a Ivan Ilich”, “Ivan Ilich quería llorar, quería
que le mimaran
y lloraran por él”. Además,
al
principio del relato de León Tolstoi, Ivan Ilich era una
persona agradable que respetaba a su esposa, mientras que al final éste la odiaba con toda su
rabia y no soportaba ni verla. La muerte para uno mismo no es nada, pues ni sientes ni volverás a sentir. La muerte solo es, por tanto, para tus seres queridos. Si a ellos les premiamos con actitudes
deshonrosas y grotescas, el golpe de la muerte será aún mayor para ellos. Cuando uno se encuentra -literalmente- en sus últimos días, se plantea la pregunta: “¿Y si toda mi vida, mi vida
consciente, ha sido de hecho lo que no debía ser?” (La muerte de Ivan Ilich, León Tolstoi). En mi
opinión, no hay nada más triste que
llegar
al
fin de tus días sin
estar contento con lo que ha sido tu vida hasta entonces. Seas joven o mayor, aprovecha siempre el momento y no dejes para mañana lo
que puedas hacer hoy. En clase vimos las cosas que
la gente más lamentaba en su lecho de muerte. Pues bien, esto es útil porque como seres racionales que somos debemos aprender de nuestros errores del pasado para no tropezar dos veces con la misma piedra. Esto es, no podemos
cometer los errores que otros ya cometieron, y debemos llegar al final de nuestros días en paz con
el
mundo y con Dios, para los creyentes.
¿Por qué hemos de morir? Como ya hemos visto, la muerte es una realidad presente, puede atacarte en el momento en que menos te lo esperas. ¿Es la muerte necesaria para el ser humano?
Hemos visto que sí, es necesaria, y que conviene reflexionar sobre ella para poder aceptar las actitudes racionales propias y no las generadas por el inconsciente. Entonces, ¿qué es la muerte?
Como dijo Epicuro: “mientras vivimos la muerte no existe, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos”, o como concluye
La muerte de Ivan
Ilich de L. Tolstoi: “Éste es el fin de la muerte, la muerte ya no existe”. Correcto, vida y muerte son palabras opuestas y, por tanto, no pueden
existir a la vez. Sabemos que existe la vida, ¿existe, pues, la muerte? ¿Deberíamos dejar de perder el tiempo en preocuparnos por algo que no existe?
DIEGO FERNÁNDEZ 1º C